viernes, 29 de junio de 2012

Primer Premio del Concurso de Relatos 2012


EL  BASTONCILLO  DE  CARAMELO  

Autor:  Jose Miguel Casanova Valero

 

Por la inclinada carretera de tierra que conduce a la entrada del pueblo, baja la carreta  que lleva pintados los laterales, el asiento, la lanza y las grandes ruedas, con  alegres alegorías al campo y a la naturaleza; la cubre un toldo rojo. Todo ello forma un conjunto llamativo que es lo que pretende su dueño. Va tirada por un caballo tordo con la collera llena de campanillas de plata, que suenan al compás del braceo de Aníbal, así se llama el corcel, y anuncian en la distancia su llegada. Al lado de la carreta camina tirando del ronzál el tío Julián, un hombre fuerte y barrigudo, de barba espesa entrecana que le llega al pecho, su cara transmitía simpatía y confianza.
La chiquillería del pueblo, no menos de doce, le recibe gritando, corriendo y saltando al alrededor del grupo que forman: hombre, caballo y carreta, entre ellos yo. Poco a poco entran en la empedrada plaza del pueblo; pegada a la pared de la iglesia junto a la entrada queda varada. A continuación el Tío Julian se vuelve hacia la chiquillería que ha quedado callada durante la operación; la tensión permite oír el vuelo de una mosca. Introduce su manaza en el bolsillo del chaquetón y lentamente la saca llena de pequeños caramelos. Con un orden perfecto, como si fuera una comunión, cada chiquillo recibe un caramelo y una caricia en la cabeza. A mí me sabe a ambrosía.
La siguiente operación es desenganchar el caballo y entregarme el ronzál de Aníbal, para que lo lleve al abrevadero del pueblo que está en las afueras. No tengo ningún problema con el corcel me sigue sin hacer extraños. Cuando vuelvo, ya calmada su sed, el tío Julián me entrega un bastoncillo de caramelo, tiene rayas de colores en espiral y está envuelto en papel celofán.
Mientras he ido al abrevadero, ha desmontado los paneles laterales de la carreta y los ha apoyado sobre gruesas patas de madera, también pintadas con motivos de la naturaleza, que hacen se conviertan en mostradores. En ellos va colocando: ropa de caballero, señora y niño, calzado, ollas, pucheros, cubiertos, etc. Entre tantas cosas destacan unos frascos de cristal llenos de caramelos y dulces de mil colores, que nos hacen abrir los ojos como platos ante tantas maravillas. El tío Julián al terminar su tarea da una palmada, es la señal para que se produzca la desbandada, cada chiquillo sale corriendo hacia su casa, para romper la hucha y con unas pocas monedas conseguir el caramelo o el dulce que hemos elegido entre tantos.
Hoy, después de sesenta y cinco años he vuelto al pueblo; nada más llegar he ido al cementerio. Busco la tumba del tío Julián, está  en un rincón limpia de hierbas y polvo; rezo una oración por su alma, deseando siga repartiendo caramelos a los niños que haya con él. Antes de irme deposito el bastoncillo de caramelo encima de su tumba, me ha acompañado a lo largo de mi vida como un talismán.


1 comentario:

  1. La lectura de este relato me recuerda la vida rural perdida, a carretas, a animales de domesticos útiles para cualquier menester, al valor del trabajo, al esfuerzo, a la niñez en la calle. Este relato tiene la habilidad de hacernos rememorar aquello que ha permanencido en la memoria con el encantdo del campo.

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