EL
ESTIGMA DE LA POBREZA
AUTOR: JOSÉ MIGUEL CASANOVA
Con el corazón encogido, José
contempla la gran excavadora roja, que ha llegado al pequeño poblado del
extrarradio de la capital. A la hora en punto anunciada en la orden de derribo
se pone en marcha; levanta la pala y de
un solo golpe derriba sin piedad la vivienda que tanto trabajo les costó
construir a él y a Dolores, la mujer que perdió por la imprudencia de un
conductor borracho, sin carnet ni seguro.AUTOR: JOSÉ MIGUEL CASANOVA
En
los escombros quedan multitud de recuerdos felices. Impresionado por la
destrucción que tiene lugar ante sus ojos, no puede evitar que las lágrimas
corran por su rostro Tiene cogidos de la mano a sus hijos Daniel e Isabel de
cuatro y cinco años, éstos contemplan asombrados la escena. Cuando terminan las
palas de echar los escombros en el camión entre nubes de polvo, solo queda un
solar, que permitirá construir la autovía proyectada.
Cómo no hay nada que retenga a José en la gran ciudad,
coge la maleta que contiene las ropas de sus hijos y poco más y se dirige a la
estación de autobuses que le llevará a él y a sus hijos al pueblo donde nació;
lo tiene decidido desde que recibió la orden de derribo. Vuelve a sus orígenes
con la esperanza de conseguir una vida mejor para él y sus hijos.
Cuando
arranca el autobús, su hija se acurruca sobre su hombro, poco después se queda
dormida, al otro lado del pasillo, Daniel tiene pegada su frente a la
ventanilla mirando como desfila el paisaje ante sus ojos. El tener José a sus
hijos junto a él suaviza la angustia que recorre su cuerpo.
Mientras pasan los kilómetros recuerda
las privaciones que tuvieron que sufrir Dolores y él, para la construcción de
su casita, la hicieron los fines de semana con la ayuda de compañeros del
trabajo de José. Unos meses después estaba terminada. Dentro de ella eran muy
felices, sobre todo con el nacimiento de sus dos hijos. La trágica muerte de
Dolores, sumió a José en una gran depresión, la vida ya no le importa, piensa
en el suicidio, solo abandona la idea al mirarse en los ojos de sus hijos, a
los que se dedica en cuerpo y alma. La falta de trabajo le obliga a solicitar
ayuda de los Servicios Sociales, para dar de comer a sus hijos. Para colmo, una
nueva orden municipal, prohíbe las pequeñas viviendas en la zona donde tiene su
casita. A pesar de luchar él y todos los vecinos por la derogación de la orden,
tan solo consigue aplazar el derribo de su casita, pero no
pueden impedir su derribo.
El traqueteo del autobús despierta a
José, sus hijos están dormidos les puede el cansancio del viaje y el madrugón.
El paisaje que contempla José a través de la ventanilla lo reconoce, son
lugares cercanos a su pueblo. Según va llegando siente la angustia de la
aventura que va a iniciar, confía que alguno de los pocos familiares que quedan
en el pueblo, le ayuden los primeros días hasta encontrar un trabajo que le
permita mantener a sus hijos. Al parar el autobús en la plaza, los niños se
despiertan, con los ojos semicerrados contemplan con extrañeza el lugar adonde
han llegado.
Van descendiendo los viajeros,
algunos son recibidos por sus familiares. José y sus hijos bajan los últimos,
no les espera nadie. Pero alguien se acerca.
—Hola José —le dice mientras le
golpea la espalda. — ¿No me conoces? Soy tu primo Damián.
—Hola Damián, no te reconocía, ha pasado
mucho tiempo desde la última vez que nos vimos.
Se abrazan emocionados por el
encuentro. José se separa y le señala a sus hijos.
—Estos son: Daniel e Isabel
—Que guapos son. ¿A dónde vas? —le
pregunta su primo.
—Voy al Ayuntamiento para que me
digan donde puedo pasar la noche y si me pueden ofrecer algún trabajo.
—Lo primero está resuelto, vendrás a
mi casa con mi mujer y mis tres hijos, tenemos sitio para todos —le dice
Damián, sorprendiendo a José por la
oferta.
—Somos muchos, llévate a mis hijos y
yo dormiré en cualquier parte —le propone José.
—Recuerda, que tu padre ayudó al mío
cuando una epidemia arruinó nuestros campos, no teníamos ni para comer. Tu y yo
éramos pequeños pero a mi no se me ha olvidado. Ahora que lo necesitas no te
voy a abandonar.
—Lo recuerdo, yo os llevaba el pan.
—Además llegas en el momento oportuno, hace unos días me he hecho cargo
de la herencia que le ha dejado a mi
mujer un tío suyo, son cuatro fincas de maíz y necesito alguien que las
trabaje; nadie mejor que tú para hacerlo.
—Ten por seguro que si me das ese trabajo no te arrepentirás, trabajaré
día y noche.
—De todo esto hablaremos luego,
ahora veniros a mi casa, estaréis cansados del viaje y tendréis hambre.
De nuevo se abrazan los dos primos,
José está muy emocionado ante la posibilidad de que se arreglen todos sus
problemas, sobre todo pensando en sus hijos, que están agarrados a sus piernas
escuchando la conversación de los dos hombres.
—Si no te importa, antes de ir a tu casa, mis hijos y yo tenemos que
hacer una visita.
—No tardéis, os espero aquí para llevaros a mi casa. Déjame la maleta,
si no la necesitas la guardo hasta que vuelvas.
Camina
José con sus dos hijos cogidos de la mano hacia el cercano cementerio, antes de
llegar arranca unas pocas florecillas silvestres. Al entrar en el campo santo
se dirige hacia la tumba de sus padres y su esposa; a sus hijos les explica que
allí yacen los restos de sus abuelos y de su madre. Con las manos quita las
malas yerbas que han crecido con el paso del tiempo y deposita sobre ella las
flores que ha arrancado por el camino. Después de una emotiva plegaria, José
vuelve al pueblo con el sol que va cayendo a su espalda, sus hijos van cogidos
de la mano formando una figura patética llena de esperanza en el futuro.
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